El pequeño erizo tenía un dilema: ya no quería más sus
espinas.
No era un tema estético; le gustaba como se agolpaban
las púas sobre su lomo. Tampoco era un tema de incomodidad; ya estaba
acostumbrado a llevarlas y no le molestaban en ninguna de sus actividades.
Simplemente era un tema de envidia.
Esa mañana había conocido a un nuevo compañero, una
tortuga. Durante toda la conversación el erizo prestaba más atención a su
caparazón que a lo que el animal decía. Cada vez que él hablaba, eran todas
preguntas relacionadas con el tema: ¿Y qué tan resistente es? ¿Por qué está
hecha de distintas placas? ¿Cómo haces para llevarla a cuestas?
En el transcurso del interrogatorio la tortuga le
confesó que muchas de ellas iban a morir a un valle en particular. Ni bien pudo
se escapó de la charla y se dirigió raudamente hacía allí. En cuanto llegó vio
cientos de caparazones; algunos eran de tortugas que hasta hace poco habían
vivido, pero había otros que mostraban huellas de que el tiempo había pasado.
El erizo buscó uno de estos últimos e intentó meterse adentro.
¡Pero no cabía! Por primera vez en su vida las espinas
le estorbaban. Cada vez que intentaba meterse dentro de uno de los caparazones
las espinas se doblaban hasta el punto en que empezaban a pinchar su lomo.
¿Cómo solucionar su problema? Buscó, con la esperanza
de encontrar uno en el que cupiera, pero fue en vano. Distraído por la
actividad no vio a un escorpión que se acercaba a él.
-
¿Qué estás intentando
hacer? – le preguntó el escorpión.
-
He visto a una tortuga
hoy, y me ha encantado su caparazón. Quiero uno para mí, pero no estoy pudiendo
encontrar ninguno que me sirva.
-
¿Por qué no te sirven?
Parecen lo suficientemente grandes como para que entres en alguno.
-
Yo pienso lo mismo, pero
cada vez que lo intento mis púas se clavan en mi lomo.
-
¿Y por qué no te deshaces
de ellas? Una vez que tengas el caparazón, ya no te serán de utilidad.
-
Tienes razón, no lo había
pensado. ¿Pero cómo puedo hacerlo?
-
Yo podría ayudarte – se
ofreció el escorpión – a mí me han gustado tus espinas, y quisiera tener una o
dos para mí.
-
Perfecto, te las puedes
quedar todas.
El escorpión se acercó con sus tenazas y comenzó a
cortarlas una por una. Cuando acabó con todas el erizo se dio vuelta y fue a
buscar uno de los caparazones, pero en ese momento el escorpión le clavo su
aguijón en el medio de su blando lomo desprotegido.
-
Ayyy, ¿por qué has hecho
eso? Si te di las espinas como pediste.
-
No eran tus espinas lo
que quería; quedando indefenso me has dado la oportunidad de clavarte mi
aguijón y apresarte.
-
Pero yo solo quería un
caparazón, ¿por qué ha pasado esto?
-
Porque por tratar de
conseguir un capricho te has deshecho de lo que realmente necesitabas.