lunes, 2 de septiembre de 2013

Un parque de atracciones flotante en la época de la gran depresión

La depresión agitaba al país. Una solución era necesaria, más aún, un sueño. Y una persona soñó. Soñó construir un paraíso, un refugio para las mentes agobiadas y los niños tristes. Soñó con un parque de atracciones. Pero no cualquier parque. Sería enorme, eterno, el anhelo de cualquier niño y el solaz de cualquier desempleado. Si es que quedaría alguno, pues para construirlo sería necesario emplear cada hombre capaz de sostener un martillo, aserrar una tabla, mezclar cemento o conducir un camión.

Sin embargo para lograrlo no debía ser un sueño solo para él, debía ser un sueño para todo americano. ¿Como conseguiría alcanzar sus corazones, sus almas, e inyectarlas con sus esperanzas? El parque debía ser mágico, ajeno a este mundo.

- "¿Ajeno a este mundo?" - se dijo - "¡Claro! ¡Esa es la respuesta!".

Y su mente empezó a diseñarlo, a definir sus atracciones y su distribución, a sentar las bases en las que se apoyaría. Su mente de ingeniero le dijo que 1000 zepelines serían suficientes, al menos para empezar...